Para algunos, la culpa es un compañero constante. Viven bajo el peso de los errores pasados y del temor a las faltas futuras.
No todo sentimiento de culpa se basa en la realidad, pero cuando es por violar las leyes de Dios es legítimo; cuando transgredimos, el Espíritu Santo señala lo que está mal y la manera en que debemos corregirlo. Luego, como respuesta a nuestra confesión, Dios nos ofrece siempre el perdón y la purificación de la culpa (Sal 32.5).
¿De dónde surge la falsa culpabilidad? Hay varias respuestas. Primero, Satanás la usa para acosar a los creyentes. Por medio de mentiras y acusaciones, trata de sustituir la paz interior por el malestar, y la alegría por el desánimo.
Otra fuente de culpa es el legalismo. La Biblia dice cómo debemos vivir, pero algunos cristianos e iglesias imponen más reglas, y no cumplir con las regulaciones humanas puede producir vergüenza. Las experiencias de la niñez pueden también ocasionar sentimiento de culpa. Ya sean que broten de las secuelas de hechos traumáticos, o del sentimiento de no haber cumplido con las expectativas de nuestros padres, un simple recuerdo puede hacer que nos juzguemos rigurosamente. Vivir bajo la crítica severa puede, también, tener este efecto, así como las tendencias perfeccionistas que nos dicen que siempre podemos “hacer más” y “hacerlo mejor”.
El legalismo, las experiencias dolorosas de la niñez, el perfeccionismo y los comentarios hirientes son terreno fértil para el sentimiento de culpa. Si usted lucha con la autocondenación, asegúrese de verificar la legitimidad de la fuente.
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