En nuestra sociedad el nombre de Dios suele ser mencionado con poca reverencia. De hecho, muchos lo utilizan en vano. Incluso entre aquellos que le aman es común que usen el nombre de Dios de modo casual, sin tomarse el tiempo para reflexionar en quién es Él. Cuando usted ora en las comidas, ¿se da cuenta de que está hablando con el Dios todopoderoso que gobierna todas las cosas?
Nuestro concepto del Señor toca tres aspectos de la vida. Primero, afecta nuestras oraciones. Cuando le conozcamos mejor, nuestros deseos comenzarán a parecerse a sus propósitos para nosotros y nuestras peticiones serán más conforme a sus propósitos. Además, al reconocer su grandeza y poder, tendremos más confianza de que podrá lograr grandes cosas, y nos atreveremos a pedir cosas extraordinarias (Ef 3.20; Stg 4.2).
Segundo, nuestra comprensión de su justicia y de su bondad afecta nuestra conducta. Si Dios tiene estos atributos, sin duda nos conviene obedecer con gozo. Ansiaremos la justicia y nos apresuraremos a arrepentirnos del pecado. Tercero, nuestra fe será afectada positivamente. El comprender que Cristo es santo, compasivo y poderoso desarrolla nuestra fe en Él. Conocer a nuestro Dios admirable y recordar sus grandes hechos fortalece nuestra confianza en Él.
¿Conoce usted personalmente a nuestro bendito y amoroso Padre celestial? El Señor le invita a tener una relación estrecha con Él. Pero, como sucede en cualquier buena amistad, el tiempo y el deseo son necesarios para conocerlo mejor y aprender sus caminos. Cuanto más lo hagamos, mayor será el efecto en nuestras oraciones, en nuestra fe y en nuestra conducta.
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