Era de noche. Había vientos fuertes, las olas rompían y la visibilidad era poca. Para los discípulos, que estaban en el mar en una pequeña barca, la situación había empeorado, y Jesús no estaba con ellos. Mientras ellos lidiaban con una tempestad, Él estaba orando en la ladera de una montaña.
En medio de la tormenta, los discípulos tal vez pensaron que Jesús los había olvidado. Pero Él sabía exactamente dónde estaban ellos y qué estaban experimentando. Aunque no podamos ver a Jesús físicamente, Él es omnisciente; sabe dónde estamos en todo momento. Ninguna oscuridad puede ocultarnos; ningún mal momento puede bloquear su visión. ¡Siempre somos vistos, conocidos y comprendidos!
Sin embargo, ellos no le reconocieron porque fue a ellos caminando sobre el agua. Muchas veces, el Señor Jesús no viene de la manera que esperamos. Nuestras ideas preconcebidas de cómo Él trabaja pueden hacer que nos preguntemos dónde pudiera estar e impedirnos ver lo cerca que está.
Experimentar la presencia de Jesús en los momentos difíciles puede enseñarnos verdades preciosas. En una aventura anterior en un mar agitado, los discípulos habían observado tanto la confianza de Jesús en el Padre celestial, como su autoridad sobre la naturaleza (Mt 8.23-26). En la nueva tormenta, vieron al Señor caminar sobre el agua, y también a uno de ellos hacer lo mismo. Por medio de las tormentas, los discípulos aprendieron quién era Jesús, lo que podía hacer y el potencial que ellos tenían.
Cuando la crisis nos golpee, pidamos ojos espirituales para discernir la presencia del Señor. Después, escuchemos su voz y obedezcamos (Jn 10.27).
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