Algunos cristianos ven a un hermano en la fe caer en el pecado, pero no reconocen que ellos, también, podrían tropezar. Lo cual es peligroso. Satanás los tiene justo donde él quiere: engañados por un falso sentimiento de confianza. Tres enemigos tratan de derribarnos: el diablo, el mundo y nuestra propia carne engañosa.
Aunque los creyentes hemos sido justificados por Dios, debemos, como Pablo, reconocer un problema interno: “el pecado que mora en [nosotros]” (Ro 7.20). Satanás aprovecha al máximo esta debilidad, atrayéndonos con tentaciones mundanas. Él alimenta nuestro orgullo para cegarnos a nuestra propia vulnerabilidad a los traspiés.
Los cristianos necesitamos estar en guardia. Puesto que la ignorancia —de la naturaleza del pecado, de las estrategias del enemigo y de nuestras propias áreas de debilidad— nos tiende una trampa para que fracasemos, no podemos permitirnos ser negligentes en nuestra manera de pensar. Cada vez que usted se encuentra excusando, redefiniendo o disculpando el pecado, ha perdido su capacidad de ser sensible a la voz del Señor. La Palabra de Dios debe llenar siempre nuestra mente y dirigir nuestros pasos.
Si usted se ha alejado del Señor, vuelva a Él reconociendo su pecado y aceptando toda la responsabilidad por el mismo. Arrepentirse significa un cambio de mente, e ir en una dirección diferente, hacia Dios, en vez de alejarse de Él.
Luego, agradezca el castigo del Señor. Cada vez que un creyente cae en pecado, Dios amorosamente actúa para traerlo de vuelta a la comunión con Él. Su disciplina puede ser dolorosa, pero siempre es buena, porque nos hace entrar en razón y nos conecta con nuestro Padre celestial.
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