Al abandonar el camino del mundo, los creyentes hemos escogido un sendero estrecho (Mt 7.13). Sin embargo, no estamos vagando ciegamente por él. El Espíritu Santo es nuestro guía. Él dirige nuestros pasos hacia nuevas oportunidades, y nos da discernimiento para que podamos tomar decisiones inteligentes que nos mantengan en el camino para hacer la voluntad de Dios.
En este viaje tendremos que detenernos a menudo para buscar orientación. Dios se complace en responder a las peticiones fervientes de dirección, ya que Él desea mantener a sus seguidores en el centro de su voluntad.
Buscar la dirección de Dios involucra un patrón que comienza con la limpieza; en otras palabras, lo primero que tenemos que hacer es preguntarnos: “Padre, ¿ves algo en mi vida que pueda interferir con mi entendimiento de lo que estás diciendo?”. El pecado obstaculiza el poder que fluye del Espíritu Santo y, por tanto, nubla nuestra mente.
La Biblia enseña que Dios nos limpia de toda maldad si confesamos nuestros pecados (1 Jn 1.9). También contiene una advertencia clara para quienes se nieguen a renunciar a un mal hábito o a una actitud rebelde: el Señor no escucha su clamor (Sal 66.18). Cuando Él nos indique aspectos problemáticos, debemos ponerlos delante de la cruz.
La limpieza está entretejida en todo el proceso de dirección divina. El Señor trae el pecado a nuestra atención, ya que estamos equipados para tratar con él. Entonces, para recibir su clara dirección, podemos revisar a menudo este primer paso; de esa manera podremos experimentar constantemente un tiempo de rico crecimiento espiritual y de renovación.
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