El camino de la fe tiene un propósito divino, y debemos obedecer pase lo que pase. Pero aun cuando la dirección de Dios sea desconcertante, podemos contar con su misericordia.
Caminar obedientemente con Cristo no garantiza una vida fácil; eso es evidente cuando pensamos en el apóstol Pablo. Él enfrentó todo tipo de dificultades, entre ellas naufragios, persecuciones y azotes (2 Co 11.23-27). Pero tenga presente que nada puede tocar a un creyente sin el permiso de Dios. Él usa las dificultades para fortalecer y disciplinar a los creyentes; y, a la larga, para llevar a cabo su plan final. Recordemos también que el Señor protege a sus fieles en su sufrimiento, así como preservó al apóstol Pablo en situaciones que parecían sin salida.
La adversidad puede tentarnos a ignorar la dirección del Espíritu Santo. Pero, al final, lamentaremos esa decisión, ya que Dios no nos libra de las consecuencias de nuestro pecado. Sin embargo, Él nunca abandona a sus hijos, a quienes seguirá protegiendo y guiando durante toda la vida.
Andar en obediencia y fe es el único camino que conduce a la paz verdadera. Mientras Pablo estaba en una incómoda prisión romana donde su vida corría peligro, alentó a los creyentes a no angustiarse sino a orar con gratitud. Hacer esto lleva a experimentar una paz que está más allá de lo que somos capaces de comprender (Is 26.3; Fil 4.6).
La única manera sabia de vivir es confiando en el Dios todopoderoso y yendo adonde Él nos dirija. Ese es el camino hacia la felicidad, la satisfacción, la protección y la paz. ¿Está usted andando por el camino de la fe, o hay algo que está deteniendo lo que Dios ha dispuesto para su vida?
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