Tuesday, April 16, 2013

¡PEOR QUE LA DESOBEDIENCIA!


¡PEOR QUE LA DESOBEDIENCIA!                   Abril 16
Pero Jonás se disgustó en extremo, y se enojó. Así que oró a Jehová y le dijo: «¡Ah, Jehová!, ¿no es esto lo que yo decía cuando aún estaba en mi tierra? Por eso me apresuré a huir a Tarsis, porque yo sabía que tú eres un Dios clemente y piadoso, tardo en enojarte y de gran misericordia, que te arrepientes del mal. Ahora, pues, Jehová, te ruego que me quites la vida, porque mejor me es la muerte que la vida». Jonás 4.1–3
Un santo, Henry Smith, observó en cierta ocasión: «¡El pecado justificado doble pecado es!» ¡Cuánta verdad hay en esta declaración! No cabe duda que la desobediencia es detestable a nuestro Dios. A este pecado, sin embargo, se le agrega uno que es aún más despreciable: nuestra incurable tendencia a justificar nuestro pecado, ya sea delante de los hombres o delante del Señor mismo. ¿Ha notado cuántas veces los relatos de desobediencia van acompañados de esta lamentable tendencia? Adán, confrontado, dijo: «la mujer que me diste». Eva, confrontada, dijo: «La serpiente me engañó». Aarón, confrontado por hacer el becerro de oro, dijo: «¡Yo no hice nada, sino que tiré el oro al fuego y este becerro salió solo». Saúl, confrontado por su desviación de la palabra, dijo: «No fui yo, sino el pueblo que estaba conmigo».
¡Cuántas veces usted y yo hemos hecho lo mismo! Piense en todas esas ocasiones que condenamos rotundamente en otros aquello que nosotros mismos también hacemos. En nuestro caso, no obstante, siempre tenemos una elaborada explicación para demostrar que, en realidad, nuestro pecado no es pecado; mas el pecado del otro sí lo es.
A pesar de todo esto, nuestros argumentos no convencen a Dios. El Señor no castigó a Adán por el pecado de Eva, ni a Eva por el pecado de la serpiente, ni al pueblo por el pecado de Aarón, ni a los israelitas por el pecado de Saúl. Cada uno recibió el justo y merecido pago por sus propios pecados. Así también será en su vida y la mía. Ante su trono nuestros argumentos serán como paja que se lleva el viento. «Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo» (2 Co 5.10).
Para pensar:
Existe un camino más corto y sencillo para nuestras rebeliones. Es el de la humilde confesión que viene de un corazón contrito y quebrantado. Tal es la confesión del gran rey David, en el Salmo 51.3–4: «Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos, para que seas reconocido justo en tu palabra, y tenido por puro en tu juicio». Como líder usted tiene el desafío no solamente de andar en sencillez de corazón, sino también de darle ejemplo de esto a su pueblo. Qué su pueblo le pueda conocer como una persona que no tiene permanentes justificativos para lo que claramente no es justificable. Elija el camino de la confesión sin rodeos. ¡Le hará bien a usted, y también a los que está formando!


Shaw, C. (2005). Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.

Wednesday, April 10, 2013

A PESAR NUESTRO


A PESAR NUESTRO          Abril 10
Entonces clamaron a Jehová y dijeron: «Te rogamos ahora, Jehová, que no perezcamos nosotros por la vida de este hombre, ni nos hagas responsables de la sangre de un inocente; porque tú, Jehová, has obrado como has querido». Tomaron luego a Jonás y lo echaron al mar; y se aquietó el furor del mar. Sintieron aquellos hombres gran temor por Jehová, le ofrecieron un sacrificio y le hicieron votos.   Jonás 1.14–16
Hemos estado mirando la vida de este siervo involuntario del Señor, Jonás. Su vida como profeta no comenzó con el aire romántico que a veces queremos atribuirle a los que sirven a Dios. No le gustó la misión que se le había dado; creyó estar a salvo huyendo de su presencia y, cuando todo estaba perdido, decidió echarse al mar para acabar de una buena vez con el asunto. No tenemos en este cuadro la imagen de un líder consagrado e inspirador, cuya vida ejemplifica la calidad de servicio que queremos que nuestra gente imite.
Lo increíble de este relato es que Dios usó a este hombre a pesar de sus actitudes y comportamientos. En el pasaje de hoy notamos dos resultados de la crisis de Jonás. En primer lugar, los marineros reconocían que Jehová había hecho como él quería. No es poca cosa este descubrimiento. Existe una declaración implícita de la soberanía de Dios sobre todo, hallazgo que es indispensable para dar el paso de someterse a sus designios.
En segundo lugar, al echar al mar a Jonás, vieron que las palabras del «profeta» habían sido acertadas: las aguas inmediatamente se aplacaron y sobrevino una gran calma sobre la castigada embarcación de los marineros. Este acontecimiento llevó a que aquellos hombres temieran a Jehová, le ofrecieran sacrificios, e hicieran votos. Somos testigos, entonces, de la conversión de estos hombres paganos, que han comprobado que la manifestación de poder de Jehová es superior a la de cualquier dios que jamás hayan conocido.
El incidente debe animar el corazón de todos los que estamos sirviendo al pueblo de Dios en diferentes ministerios. La lección es clara. El Señor se ha propuesto bendecir a los que él desea. Nosotros somos invitados a colaborar con este proyecto celestial y muchas veces nos es concedido el privilegio de ser sus instrumentos. Lo que es especialmente digno de notar, sin embargo, es que el Señor a veces bendice ¡a pesar de nuestros esfuerzos! Cometemos errores, desobedecemos, a veces hacemos las cosas de mala gana; a pesar de todo esto su gracia se derrama y el pueblo es bendecido de todas maneras.
¿Cómo no agradecerle esta sobreabundante manifestación de gracia? No es para que digamos: «la verdad, no importa cómo hagamos las cosas porque igualmente él va a lograr su cometido». De ninguna manera, pues es esta la más pobre manifestación de servicio. Hemos sido llamados a la excelencia y a eso debemos aspirar. No obstante, nos alivia el corazón saber que nuestras debilidades y flaquezas están cubiertas por su gracia. ¡Bendito sea su nombre!
Para pensar:
«No puedes ser demasiado activo en lo que a tus propios esfuerzos respecta; no puedes ser demasiado dependiente en lo que a gracia divina respecta. Haz todas las cosas como si Dios no hiciera nada; depende del Señor como si él lo hiciera todo». J. A. James.


Shaw, C. (2005). Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.

Tuesday, April 9, 2013

LA HORA DE DEFINICIONES


LA HORA DE DEFINICIONES    Abril 9
 Como el mar se embravecía cada vez más, le preguntaron: «¿Qué haremos contigo para que el mar se nos aquiete?» Él les respondió: «Tomadme y echadme al mar, y el mar se os aquietará, pues sé que por mi causa os ha sobrevenido esta gran tempestad».  Jonás 1.11–12
No podemos saber exactamente en qué pensaba Jonás cuando le dijo a los marineros que lo tomaran y echaran al mar. De seguro que no sabía absolutamente nada del gran pez que Dios enviaría a rescatarlo, pues el Señor estaba manejando esto a solas. Lo que sí vemos es que la convicción de pecado lo había llevado a asumir la responsabilidad por la tormenta que azotaba la embarcación. Aun poseía suficiente discernimiento para entender que esto era algo que él mismo había provocado.
No obstante, su independencia persiste. Lo apropiado hubiera sido que clamara a Dios por misericordia, confesando su pecado y declarando su voluntad de hacer lo que se le había encomendado. Mas Jonás no discernía el corazón misericordioso de Dios y entendía que, una vez desviado, no tenía solución su pecado. Perdido por perdido, decidió tirarse al mar y enfrentarse a una muerte casi segura.
¿Alguna vez, como líder, se ha encontrado luchando con sentimientos similares? Parece que nuestros pecados pesan más cuando estamos involucrados en ministrar al pueblo de Dios. Quizás, al estar en el ojo público, nos acosa con mayor fuerza el sentimiento de vergüenza por lo que hemos hecho. De todas maneras, en ocasiones hemos contemplado el abandonarlo todo, porque sentimos que nuestro pecado ha acabado con la posibilidad de seguir siendo útiles en las manos de Dios. Al igual que Pedro, pensamos seriamente en volver a nuestras redes.
Esta forma de pensar es una de las razones por las cuales practicamos tan poco la confesión. El enemigo de nuestras almas se encarga de trabajar en nuestras mentes para que creamos que los pecados que hemos cometido no tienen arreglo. El gran «gancho» por el cual nos mantiene atrapados es la culpa. Creemos que Dios ya no podrá escucharnos, porque nuestra maldad no tiene arreglo. Convencidos de esta realidad, entramos en la desesperación y procuramos ponerle fin a nuestra miserable existencia.
El gran estorbo a nuestra relación con Dios no es lo abominable de nuestro pecado, sino los requisitos que nosotros mismos nos imponemos para venir a él. Nuestro pecado es una abominación, pero puede ser perdonado con una simple confesión. Nosotros, no obstante, queremos adornar nuestra confesión con demostraciones prácticas de nuestro arrepentimiento que son innecesarias. Inmersos en el pecado, el mejor camino es acercarnos a él sin vueltas, arrepentidos y, a la vez, confiados en su inmenso amor.
Para pensar:
En su magnífico libro La Oración, Richard Foster describe la oración que es la base de todas las otras oraciones, la oración sencilla. «Cometemos errores,» nos dice «muchos de ellos. Pecamos, caemos, y esto con frecuencia -pero cada vez nos levantamos y comenzamos de vuelta. Y otra vez nuestra insolencia nos derrota. No importa. Confesamos y comenzamos otra vez… y otra vez… y otra vez. Es más; la oración sencilla muchas veces es llamada la “oración de los nuevos comienzos”».


Shaw, C. (2005). Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.

Thursday, April 4, 2013

INCOMODADOS POR LA PALABRA


INCOMODADOS POR LA PALABRA           Abril 4
Jehová dirigió su palabra a Jonás hijo de Amitai y le dijo: «Levántate y vé a Nínive, aquella gran ciudad, y clama contra ella, porque su maldad ha subido hasta mí». Pero Jonás se levantó para huir de la presencia de Jehová a Tarsis, y descendió a Jope, donde encontró una nave que partía para Tarsis; pagó su pasaje, y se embarcó para irse con ellos a Tarsis, lejos de la presencia de Jehová.   Jonás 1.1–3
¿Cómo podemos saber si nuestro Dios nos está hablando? Esta pregunta es importante, pues la vida del creyente, que debe vivirse en obediencia a él, no será posible si no podemos discernir lo que él nos está diciendo. De modo que necesitamos alguna forma de evaluar si la palabra que recibimos es realmente Palabra de Dios, o no.
Nuestra capacidad de convencernos que lo que hemos escuchado es Palabra de Dios no tiene límites. No es esto, sin embargo, ninguna garantía de que esto haya acontecido. Cuando Saúl perseguía a David, y hacía ya tiempo que el Espíritu de Dios se había apartado de él, vinieron a decirle dónde se escondía el fugitivo pastor de Belén. El rey exclamó: «Benditos seáis vosotros de Jehová, que habéis tenido compasión de mí» (1 S 23.21). Nosotros sabemos, sin embargo, que esto no aconteció por la mano de Dios. Ni tampoco estaban en lo cierto los hombres de David cuando le animaron a matar a Saúl, diciendo «Jehová ha entregado en tus manos a tu enemigo». La verdad es que si deseamos algo con suficiente pasión, podemos fácilmente convencernos de que Dios mismo está detrás de nuestros proyectos y que es él quien nos habla con respecto a ellos.
Una de las características que vemos en las Escrituras, sin embargo, es que la Palabra incomodaba al que la recibía. Hasta le podía parecer escandalosa o ridícula. Piense en Moisés argumentando con Dios frente a la zarza. Piense en Sara que se reía de la propuesta de un embarazo en su vejez. Piense en Jeremías confundido por el llamado de Dios. Piense en Jonás, que huyó de la presencia de Dios. Piense en Zacarías frente al anuncio de un hijo. Piense en el joven rico, que se fue triste porque tenía mucho dinero. O piense en los que dejaron de seguir a Cristo, porque sus palabras eran muy duras. La lista es interminable. En todos hay una constante. Cuando Dios habló, las personas se sintieron incómodas, indignadas, desafiadas, escandalizadas… ¡pero nunca entusiasmadas! La razón es sencilla; estamos en el proceso de ser transformados, y su Palabra siempre va a chocar con los aspectos no redimidos de nuestra vida. Al escuchar lo que nos dice, la carne inmediatamente se levantará a protestar.
Para pensar:
Si las únicas palabras que usted escucha hablar al Padre son siempre las Palabras que le hacen sentir bien o que le conceden lo que usted quiere, puede estar seguro que no es el Señor el que le está hablando. Cuando él habla, lo más probable es que a usted se le ocurran muchas razones para convencerse de que ¡no es Dios el que está hablando!



Shaw, C. (2005). Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.

Tuesday, April 2, 2013

NO HUBIÉRAMOS BAILADO


NO HUBIÉRAMOS BAILADO              Abril 2
Fue David y trasladó con alegría el Arca de Dios de casa de Obed-edom a la ciudad de David… David, vestido con un efod de lino, danzaba con todas sus fuerzas delante de Jehová… Cuando el Arca de Jehová llegaba a la ciudad de David, aconteció que Mical, hija de Saúl, miró desde una ventana, y al ver al rey David que saltaba y danzaba delante de Jehová, lo despreció en su corazón.   2 Samuel 6.12, 14, 16
Cierre sus ojos y sienta, por un momento, el ambiente de fiesta en esta escena; abra su corazón y déjelo vibrar con la exuberancia de los sentimientos del rey David. Dice el texto que «trasladó con alegría el Arca», que «danzaba con todas sus fuerzas delante de Jehová» y que cuando llegó a la ciudad «saltaba y danzaba delante de Jehová». ¿Lo ve al rey? Su alegría lo desborda. Salta, canta, danza, pega brincos, bate las palmas, derrama lágrimas, grita, se ríe, celebra, festeja… ¡Qué escena tan extraña para nosotros!
Digo que es extraña, porque no estamos acostumbrados a estas desaforadas manifestaciones de gozo. Nuestra espiritualidad es muy prolija. Todos nos ponemos de pie juntos. Todos nos sentamos juntos. Todos cantamos los mismos cánticos o los mismos himnos. Nuestra «celebración» está domesticada. No alcanzamos a entender el júbilo de este «loco», ¡que andaba a los saltos delante de Dios!
Puedo pensar en por lo menos tres razones por las cuales nosotros no nos hubiéramos unido a la fiesta. En primer lugar, hubiéramos estado pensando en lo que podrían decir los de nuestro alrededor. Su opinión nos es muy importante. No queremos darle lugar a nadie de que piense algo «malo» de nosotros. Por eso nos vestimos de la manera en que nos vestimos, decimos las cosas que decimos y hacemos las cosas que hacemos. Deseamos que los demás hablen bien de nosotros.
En segundo lugar, sabemos que todo debe hacerse en orden. El afán por el orden ha llevado a que nuestras reuniones sean aburridamente predecibles. Primero la bienvenida. Luego unos cantos para entrar en espíritu. Luego los anuncios y la ofrenda. Quizás algún testimonio. Después, la proclamación de la Palabra. Reunión tras reunión, el mismo programa «ordenado».
En tercer lugar, nosotros los líderes no hubiéramos dado tal espectáculo, quizás porque sabíamos que nuestras esposas nos iban a condenar, como lo hizo Mical. No queriendo experimentar su desprecio, preferimos adaptar y controlar nuestra experiencia espiritual. ¿No es esta, acaso, una buena manera de mostrar nuestro amor por ellas?
Sin embargo sospecho que, en lo secreto de nuestros corazones, nos sentimos atraídos por este rey danzante. Si pudiéramos echarle mano a un poco de su entusiasmo… ¡cuán diferentes serían nuestras vidas! Si lográramos por un momento soltarnos un poquito para expresar algo más genuino, no tan ensayado… qué delicia sería vivir la vida cristiana. Si nos animaríamos a hacer a un lado, por un momento, nuestro programa estructurado, para que él irrumpa en medio nuestro como un torrente… qué diferentes seríamos.
¿Será por esto que Dios llamó a David un hombre conforme al corazón de Jehová? ¡Cómo amaba este varón las cosas de Dios!
Oración:
«Señor, derriba mis estructuras, mis programas y mis conceptos, para conducirme por el camino que anduvo David. Despierta en mí ese espíritu alocado de celebración. ¡Qué tú puedas ser para mí, motivo de fiesta, todos los días, siempre!»


Shaw, C. (2005). Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.

Wednesday, March 27, 2013

MEDICIONES SIN VALOR


MEDICIONES SIN VALOR             Marzo 27
Porque no nos atrevemos a contarnos ni a compararnos con algunos que se alaban a sí mismos; pero ellos, midiéndose a sí mismos y comparándose consigo mismos, carecen de entendimiento.   2 Corintios 10.12 (LBLA)
En cierta ocasión, Jesús contó una parábola que, dice el evangelista, estaba destinada a las personas que confiaban en sí mismas como justas (Lc 18.9). En esa oportunidad, habló de un fariseo que, puesto en pie, oraba para sí de esta manera: «Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres…» Sin avanzar en la lectura del pasaje, ya detectamos algo errado en el planteo que hace este fariseo.
A sus ojos, lo que lo justificaba, era su propia conducta que, comparada a la de otros hombres, parecía ser excesivamente piadosa. Existen, sin embargo, dos errores fatales en su análisis. El primero es que la evaluación de su propia vida la realiza él mismo. Desconoce el principio que ningún hombre es capaz de conocer acertadamente la realidad de su propia vida. El salmista exclama: «¿Quién puede discernir sus propios errores?» (Sal 19.12). La respuesta está implícita en la pregunta: ¡nadie!
El segundo error está en compararse con otros hombres. Esto es algo muy propio de la cultura que nos rodea, un hábito que nos ha sido enseñado de muy pequeños. Nacimos compitiendo con nuestros hermanos, fuimos introducidos en un sistema educativo que perpetuó el sistema de competencia, y luego salimos a un mercado laboral donde la competencia pareciera un elemento indispensable para sobrevivir. Para poder avanzar en cada etapa creímos necesario saber continuamente cómo se comparaba nuestra vida con la de los demás.
El problema principal con la comparación es que nosotros escogemos con quien compararnos. Inevitablemente, las comparaciones las realizamos con aquellas personas que más favorablemente nos van a dejar parados. Para ver si somos generosos, nos comparamos con los que nunca dan. Para saber si somos pobres, nos comparamos con los que más tienen. Para ver si somos trabajadores, nos comparamos con los más holgazanes. De esta manera, las comparaciones nunca nos dejan un cuadro acertado del verdadero estado de nuestra vida.
Pablo afirma que los que han caído en comparaciones, carecen de entendimiento. La obra de cada uno tendrá que ser evaluada sola, sin más puntos de referencia que los parámetros eternos establecidos por Dios mismo. En el momento en que nos presentemos delante de su trono, no podremos señalar las debilidades de los demás para que nuestras propias flaquezas no parezcan tan importantes.
Es importante, entonces, que nosotros no seamos los protagonistas de nuestra propia aprobación, sino que permitamos que Otro haga una evaluación más acertada de nuestra persona.
Para pensar:
Pablo termina este pasaje con palabras que deben conducirnos hacia la reflexión: «Pero el que se gloría, gloríese en el Señor. No es aprobado el que se alaba a sí mismo, sino aquel a quien el Señor alaba» (2 Co 10.17–18). ¡Vivamos de tal manera que el Señor mismo sea el que nos alaba!





Shaw, C. (2005). Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.

Monday, March 25, 2013

LLAMADOS A BENDECIR


LLAMADOS A BENDECIR  Marzo 25
De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna.  Juan 3.16
Quiero invitarle a que haga un pequeño ejercicio conmigo. Vamos a tomarnos, por un momento, el atrevimiento de acortar este versículo, de modo que al leerlo diga: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio». Lea dos o tres veces esa frase y sienta como la palabra «dio» comienza a cobrar fuerza.
Si deja que la frase vaya penetrando en su mente y corazón, comenzará a notar que está en contraposición a lo que es nuestra idea del amor. En la definición moderna del amor, el concepto de dar no es muy prominente. Al contrario, pensamos casi exclusivamente en lo que los otros tienen que darnos a nosotros. El término «amor», en sí, es casi un sinónimo de la palabra «sentimiento». Por esta razón, cuando ya no hay sentimientos decimos que ya no existe el amor.
Este concepto rara vez sufre modificaciones en nuestra vida espiritual. De esta manera, moverse en el amor de Dios no significa más que vivir buscando que él nos diga cosas lindas y afirme lo mucho que nos ama. Va acompañado de la posibilidad de presentar delante de él una lista interminable de pedidos que, de ser concedidos, nos beneficiarán casi exclusivamente a nosotros. En resumen, seguimos siendo casi iguales a lo que éramos antes de convertirnos.
La profundidad de nuestro egocentrismo lo vi ilustrado en el testimonio de una señora que contó que unos ladrones habían entrado en la casa de sus vecinos, llevándose todo lo que esta pobre gente tenía. La razón por la cual esta mujer quería dar gracias era «porque a mi no me llevaron nada. ¡Gloria a Dios!» ¿Qué clase de cristianismo es este que, lejos de pensar en la posibilidad de bendecir al que fue tocado por la desgracia, me lleva a regocijarme porque yo salí ileso de la situación?
Lea otra vez nuestra versión adaptada de Juan 3.16: «De tal manera amó Dios al mundo, que dio». ¿Llega usted a distinguir la diferencia en el enfoque? El acento está en el dar. Se nos presenta un cuadro en el cual el amor se traduce en acción por los demás. Esta clase de amor no espera, toma la iniciativa. No demanda, sino que se entrega. No se concentra en el beneficio, sino que se sacrifica. ¡Qué diferencia con lo que nosotros llamamos amor!
¿Cómo hemos de seguir a este Dios, sin contagiarnos de la misma actitud? La verdadera manifestación de una obra profunda del Espíritu en nuestras vidas tiene que producir un deseo incontenible de bendecir a los demás. La vida espiritual nos lleva a sacar los ojos de lo nuestro, para empezar a fijarnos en las personas que necesitan desesperadamente el amor de Dios.
Para pensar:
El gran evangelista Dwight Moody alguna vez dijo: «Un hombre puede ser un buen médico sin amar a sus pacientes; un buen abogado sin amar a sus clientes; un buen geólogo sin amar la ciencia; pero nunca podrá ser un buen cristiano si no tiene amor».



Shaw, C. (2005). Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.

Thursday, March 21, 2013

SERVICIO SIN PREFERENCIAS


SERVICIO SIN PREFERENCIAS         Marzo 21
Luego puso agua en una vasija y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secarlos con la toalla con que estaba ceñido.   Juan 13.5
Quizás en algún momento de su vida usted se ha sentido avergonzado por algún acto de servicio por parte de alguna persona cercana a usted. Se sentía avergonzado porque usted consideraba que no era digno de lo que estaba recibiendo. Si este es su caso, podrá entender cómo se habrán sentido los discípulos en el momento en que Jesús se inclinó y comenzó a lavarles los pies. Imagine lo incómodos que se habrán sentido al ver al Maestro realizando un servicio que normalmente estaba en manos del más despreciado miembro de la casa, el sirviente. Una vez más, Cristo los descolocaba con comportamientos absolutamente diferentes a los parámetros conocidos en la época.
No es en este acto, sin embargo, que me quiero detener. La reflexión de hoy gira alrededor de algo que está implícito en el texto. Cristo ya sabía quién era el que lo iba a traicionar. Sin embargo, al lavarle los pies a los discípulos, Juan no nos dice que salteó a Judas. Con el mismo cariño y la misma ternura, le lavó los pies a cada uno de sus discípulos, incluyendo al que lo iba a traicionar.
Es en este gesto que vemos la más profunda expresión del amor del Hijo de Dios. Nos cuesta amar y servir a las personas que no nos caen bien. Amar y servir a los que nos hacen mal, es una sublime expresión del poder que tiene la gracia de Dios para derretir sentimientos de rencor o amargura hacia nuestros enemigos.
En este gesto Cristo ilustraba los parámetros establecidos por la Palabra de Dios para toda manifestación de amor. Él mismo había enseñado: «Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os odian y orad por los que os ultrajan y os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos» (Mt 5.44–45). Su acto de servicio revela la verdadera dimensión del compromiso con las personas que estaba formando.
Existe entonces, en esta escena, un principio importante para nuestras vidas como líderes. En la mayoría de las congregaciones siempre hay un grupo de personas que se resisten a nuestro ministerio. Una de las mejores maneras de asegurarnos que sus actitudes no produzcan profundos sentimientos de amargura en nosotros es escogiendo el camino del amor, expresado en gestos de servicio hacia ellos. Es posible que nuestro servicio no modifique sus actitudes. No obstante, una cosa es segura: será imposible para nosotros seguir albergando en nuestros corazones sentimientos de odio o rencor hacia estas personas. El servicio que realizamos irá purificando nuestro espíritu y limpiando toda impureza, para que pueda habitar plenamente en nosotros el amor de Dios. Bendiga a los que le hacen mal, y observe cómo la gracia de Dios se manifiesta poderosamente en su propia vida.
Para pensar:
«Así que, si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber, pues haciendo esto, harás que le arda la cara de vergüenza» (Ro 12.21).



Shaw, C. (2005). Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.

Wednesday, March 20, 2013

LA PRÁCTICA DEL SERVICIO


LA PRÁCTICA DEL SERVICIO            Marzo 20
Y cuando cenaban, como el diablo ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote hijo de Simón que lo entregara, sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios y a Dios iba, se levantó de la cena, se quitó su manto y, tomando una toalla, se la ciñó.   Juan 13.2–4
Hemos estado observando algunos detalles acerca del contexto de esta escena en la vida de los discípulos, el momento en que Cristo les lavó los pies a los discípulos. En el pasaje de hoy queremos concentrarnos en dos detalles adicionales.
En primer lugar queremos notar el grado de madurez que demuestra el gesto de Cristo. El paso necesario antes de realizar un acto de servicio hacia el prójimo es identificar la necesidad del otro. Cuando éramos niños, era necesario que nuestros mayores no solamente nos indicaran dónde existía una necesidad de servicio, sino que también nos obligaran a realizarla, porque nuestra perspectiva de la vida no incluía conciencia de servicio. Algunas personas nunca pasan más allá de esta etapa y, aun de adultos, no sirven a menos que otros los presionen para hacerlo. Pero los que han avanzado hacia un mayor grado de madurez, responden con gozo frente a la invitación de servir al prójimo, porque han entendido que este es uno de los privilegios que se le ha concedido a los que son de Cristo.
Existe, sin embargo, un tercer nivel de servicio. En este nivel no hace falta que otros nos indiquen las oportunidades para servir, ni tampoco que otros nos inviten a hacerlo. En este nivel vemos la necesidad de servicio antes que el otro diga algo. Cuando transitamos por los lugares donde desarrollamos nuestra vida cotidiana, estamos atentos a las oportunidades que se nos presentan en cada lugar. Cristo vio la necesidad de lavar los pies, e hizo algo al respecto.
Es esta segunda acción que queremos resaltar. Nadie puede servir a su prójimo desde la comodidad de un sillón. Tampoco es posible experimentar el gozo del servicio si uno se mantiene en la teoría de lo que es disponerse a suplir la necesidad del prójimo. El servicio no es tal hasta que se convierte en acciones concretas hacia los demás. Por esta razón, Cristo se levantó de la mesa, se quitó el manto, se ciño una toalla y, tomando agua, comenzó a lavarle los pies a los discípulos. Esta serie de acciones concretas son las que convirtieron su deseo de servir en realidad.
El servicio es una parte importante de nuestro rol como líderes. Para cultivar este aspecto de nuestra vida, necesitamos pedirle a nuestro Padre celestial que abra nuestros ojos a las oportunidades que existen a nuestro alrededor, y también que nos movilice a hacer algo al respecto.
Para pensar:
¿Qué señales le alertan de que otra persona necesita de su servicio? ¿Cómo puede enseñarle sensibilidad a sus seguidores? ¿Qué actitudes son importantes para dar un buen ejemplo en el servicio?



Shaw, C. (2005). Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.

Tuesday, March 19, 2013

OPORTUNIDADES ORDINARIAS


OPORTUNIDADES ORDINARIAS           Marzo 19
Y cuando cenaban, como el diablo ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote hijo de Simón que lo entregara, sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios y a Dios iba, se levantó de la cena, se quitó su manto y, tomando una toalla, se la ciñó.   Juan 13.2–4
Creo que todos nosotros tenemos algo de heroico en nuestro ser. En situaciones de crisis o de extrema necesidad, salimos al frente y servimos a nuestro prójimo. Recuerdo una situación personal, en la cual tuve que salir con una fuerte tormenta a buscar un medicamento para una persona que lo necesitaba con urgencia. Tomando mi bicicleta, pedaleé unos kilómetros bajo la lluvia torrencial para adquirir el medicamento necesario. ¡Encontramos en este tipo de situaciones hasta ciertos matices románticos!
Nuestra vocación de siervos cambia, sin embargo, cuando estamos dentro de una escena netamente doméstica. Allí, nadie nos va a aplaudir, ni vamos a ser vitoreados por nuestros actos de servicio. Lo que hacemos simplemente forma parte del quehacer de todos los días. Es precisamente por la ausencia de alguna recompensa que nos cuesta tanto servir a los demás.
Cristo se levantó durante la cena. Seguramente todos los discípulos habían notado que nadie les había lavado los pies cuando llegaron a la casa. Quizás se sentirían sucios e incómodos con los pies llenos de polvo y sudor. El Hijo de Dios fue el único que hizo algo al respecto.
En nuestra cultura latinoamericana, ¡cuán importante es para nosotros el momento en que nos sentamos a comer! Una vez que nos acomodamos en la mesa, ninguno quiere levantarse para buscar la sal, o traer algún otro elemento que falte en la mesa. Preferimos comer sin sal, ¡que levantarnos a buscar el salero!
El hogar, no obstante, ofrece las mejores oportunidades para servir. Abundan a cada instante. Y no solamente esto, sino que también es el lugar donde más podemos aprender acerca de lo que significa ser un siervo. Dentro del ambiente del hogar nadie nos va a dar una medalla por servir a nuestra familia. Tendremos que aprender lo que es servir, en situaciones donde el agradecimiento de los demás está implícito, pues no se expresa. Deberemos escoger el servicio cuando francamente nos gustaría más descansar o estar haciendo algo diferente. Tendremos también que aprender a ver las necesidades de los demás, sin que se nos pida que sirvamos.
Los beneficios de servir en estas situaciones son innumerables, y nuestro crecimiento personal será marcado a medida que respondemos a estas oportunidades. En nuestra tarea de formar a otros, tendremos también que mostrar el camino a transitar con nuestro propio ejemplo. Seguramente muchos nos estarán observando en estas situaciones, que tan poco «espirituales» nos parecen. Las más increíbles lecciones, sin embargo, pueden ser enseñadas desde este lugar.
Para pensar:
«La medida de la grandeza de una persona no está en el número de personas que lo sirven, si no en el número de personas a quienes sirve». P. Moody.



Shaw, C. (2005). Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.

Thursday, March 14, 2013

USANDO BIEN LO QUE HEMOS RECIBIDO

 USANDO BIEN LO QUE HEMOS RECIBIDO   Marzo 14

Entonces el espíritu de Jehová vendrá sobre ti con poder y profetizarás con ellos, y serás mudado en otro hombre. Cuando se te hayan cumplido estas señales, haz lo que te parezca bien, porque Dios está contigo.   1 Samuel 10.6–7
¿A quién de nosotros no le gustaría escuchar sobre nuestras vidas estas palabras? ¿Quién podrá detener a un hombre a quién se le ha hecho semejante declaración? La palabra dada incluye la promesa de una poderosa visitación por parte del Espíritu de Dios, la manifestación de un ministerio profético, y la experiencia de un corazón transformado. Muñido de semejante bendición, a este varón se lo anima a hacer lo que se le venga a la mano, porque el Dios todopoderoso respaldará su vida en todo tiempo. ¡Qué tremendo! ¿Dónde está el obstáculo que podrá detener el ministerio de este, que ha sido levantado por el Señor mismo? ¿Quién se le podrá oponer?
Si hubiéramos estado presentes en ese momento, ninguno de nosotros hubiera podido evitar soñar un poco acerca de las tremendas maravillas que Dios obraría a través de la vida de este siervo. Cuánto nos hubiera sorprendido que alguien nos diga en ese momento: «¿Sabes quién será el principal obstáculo al cumplimiento de esta palabra? ¡Él mismo!»
De hecho, ¡así fue! La persona a quien se le dijeron estas palabras fue al rey Saúl. Cuánta promesa está contenida en la declaración que se le hizo. La vida del rey, sin embargo, ilustra un importante principio sobre la vida espiritual. Uno puede recibir todos los dones, toda la unción y todos los demás elementos necesarios para un ministerio extraordinario. En ocasiones, hasta nos convencemos que la falta de estas cosas es lo único que realmente impide que alcancemos un grado de mayor grandeza en nuestras propias vidas. Pero si lo que hemos recibido no va acompañado de una vida de absoluta sumisión a nuestro Dios, nos espera la ruina.
Hace poco tiempo leía un artículo escrito por el Dr. R. Clinton, varón que se ha especializado en el estudio minucioso de la vida de los grandes líderes a lo largo de la historia del pueblo de Dios. Clinton compartía que muchos líderes fracasaron en la segunda parte de su vida. Es decir, empezaron con gran pasión, en ministerios que prometían aportar mucho a la extensión del reino. En el camino, sin embargo, muchos de ellos cayeron en adulterio, fueron descarrilados por otras pasiones, o simplemente quedaron atrapados en la aparente «grandeza» de sus propios ministerios, obsesionados consigo mismos.
Saúl es la triste ilustración de esta verdad. Empezó con una extraordinaria ventaja sobre sus pares. Pero terminó abandonado en un campo de batalla, sin el respaldo de Dios ni de sus pares. No supo complementar lo que había recibido, con una vida de devoción y sumisión al que le había regalado todas esas cosas.
Para pensar:
Si tuviera que hacer una evaluación de su vida espiritual en este momento, ¿cómo la describiría? ¿Ha perdido su pasión por el Señor? ¿Está más entretenido con su ministerio que con Dios? ¿Por qué no toma ahora mismo un tiempo para expresarle a Dios su compromiso incondicional? ¡Ningún logro vale tanto como para perderlo a él!


Shaw, C. (2005). Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.

 

 

Wednesday, March 13, 2013

CUANDO LA CRISIS AZOTA

CUANDO LA CRISIS AZOTA       Marzo 13
David se angustió mucho, porque el pueblo hablaba de apedrearlo, pues el alma de todo el pueblo estaba llena de amargura, cada uno por sus hijos y por sus hijas. Pero David halló fortaleza en Jehová, su Dios, y dijo al sacerdote Abiatar hijo de Ahimelec: «Te ruego que me acerques el efod». Abiatar acercó el efod a David, y David consultó a Jehová.   1 Samuel 30.6–8
David había salido a pelear junto a los filisteos, pueblo con él cual se vio obligado a morar luego de sufrir más de diez años de persecución por parte de Saúl. Mientras estaban David y sus hombres lejos de casa, vinieron a saquear su pueblo y se llevaron cautivos a las mujeres y niños. Cuando los guerreros regresaron a casa se encontraron con un cuadro verdaderamente desolador, el cual produjo en ellos una genuina amargura.
Quien ha asumido responsabilidades frente a otros se va a enfrentar ocasionalmente a situaciones de profundas crisis que pueden tener consecuencias devastadoras para el grupo. Esto es parte de la realidad que le toca vivir a cada líder. Y en algunas pocas situaciones, los seguidores cuestionarán duramente al líder y hasta contemplarán medidas drásticas contra su persona. Los hombres de David querían matarlo.
En situaciones de crisis siempre afloran en nosotros las reacciones más carnales. Nos lamentamos por lo ocurrido. Nos preocupamos por las posibles consecuencias. Cuestionamos los pasos que nos llevaron a la crisis. Nos enojamos con los que están más cerca nuestro. Buscamos a quién echarle la culpa. Nos apresuramos en tomar decisiones imprudentes. Todas estas cosas rara vez contribuyen a una solución.
Cuán instructivo resulta, entonces, observar el compartimiento de David en esta grave crisis que le tocó enfrentar. En primer lugar, note la reacción instintiva de un hombre acostumbrado a caminar con Dios: «David halló fortaleza en Jehová, su Dios». El hombre maduro debe inmediatamente procurar, en tiempos de crisis, acercarse a la única persona que puede darle la perspectiva correcta de las cosas, devolviéndole el equilibrio y la tranquilidad en medio de la tormenta: Dios mismo. David, como lo había hecho siempre, no se demoró en buscar del Señor la fortaleza que no poseía en sí mismo.
En segundo lugar, habiendo estabilizado sus emociones y fortalecido su espíritu, David no se puso a estudiar la situación para ver cómo podía salir de ella. Llamó al sa-cerdote para buscar de parte de Dios, una palabra específica para este grave revés. Sabía que, en última instancia, no importaba su propia opinión, ni tampoco la opinión de sus hombres. Sí era de extrema importancia recibir instrucciones del que verdaderamente controla todas las cosas. El resultado fue que David no solamente fue fortalecido, sino que también se le dieron los pasos apropiados para recuperar todo lo que habían perdido y se logró, de esta manera, una importante victoria para todo el grupo.
Aunque son momentos difíciles de transitar, no pierda nunca de vista que algunas de las lecciones más dramáticas e impactantes en la vida de sus seguidores vendrán cuando ellos tengan la oportunidad de observarlo en situaciones de crisis. Es allí donde aflorará lo mejor -o lo peor- que hay en su corazón.
Para pensar:
¿Cómo actúa en situaciones de crisis? ¿Cuáles de estas reacciones contribuyen a empeorar el problema? ¿Qué cosas puede hacer para manejarse con mayor sabiduría en tiempos de crisis?
 


Shaw, C. (2005). Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.

Tuesday, March 12, 2013

AMIGOS EN TODO TIEMPO


AMIGOS EN TODO TIEMPO       Marzo 12
Hizo Jonatán un pacto con David, porque lo amaba como a sí mismo. Se quitó Jonatán el manto que llevaba y se lo dio a David, así como otras ropas suyas, su espada, su arco y su cinturón.   1 Samuel 18.3–4
El lugar que ocupa un líder dentro del pueblo es, con frecuencia, un lugar solitario. Debe hacerle frente a muchos problemas solo. Experimenta presiones que otros no comprenden. Se ve rodeado de personas que esperan algo de él como líder. Atesora una visión que los demás aún no han visto. Tiene conocimiento de realidades que sus seguidores ignoran. Por todas estas cosas, y muchas otras, el camino que recorre el líder tiene cierto grado de soledad.

Es por esta razón que todo líder necesita tener cerca suyo dos o tres personas que realmente son amigos, con los cuales puede compartir realidades que no comparte con otros.
Jonatán y David entablaron esta clase de relación. Los dos ocupaban lugares importantes dentro del reino, y ambos llevaban responsabilidades sobre el resto del pueblo. Esto no impidió que establecieran una relación de amistad profunda que muchas veces les traería alivio y consuelo en medio de las presiones que enfrentaban a diario.

Observe, además, el hecho de que estos dos amigos llevaron su amistad un paso más allá de lo común. La mayoría de nosotros disfrutamos de buenos momentos con algunos amigos, pero nuestra relación no es el resultado de un compromiso deliberado. Simplemente lo experimentamos según van surgiendo las ocasiones. David y Jonatán no solamente compartían esta amistad, sino que la llevaron al plano de un pacto mutuo. El pacto que hicieron los comprometió a cuidarse y amarse en las situaciones más adversas que les pudiera presentar la vida. Tomaron juntos la decisión de crecer como amigos, y de procurar el bien el uno hacia el otro. Pocas relaciones llegan a este grado de compromiso.

En esta escena, entonces, vemos uno de los aspectos que diferencia al gran líder de otros líderes. La mayoría de nosotros nos pasamos el tiempo esperando que la vida nos presente oportunidades y personas que nos sean de bendición. El líder maduro no espera la llegada de situaciones propicias para el crecimiento. Las crea él mismo, tomando la iniciativa de trabajar y avanzar en esas circunstancias que tienen promesa de bendiciones futuras.

La amistad que se construye sobre el pacto, como puede ser el que sustenta el matrimonio, es el más fuerte que se puede dar entre dos personas. Es una relación a prueba de toda adversidad y contratiempo, porque su punto de referencia no radica en los permanentes cambios de la realidad cotidiana. Está anclada en una promesa que tiene dimensiones eternas. Como tal, perdura a lo largo de la vida, aun cuando la situación que dio origen a este pacto ya no exista. Es la clase de compromiso que nuestro Padre celestial tiene con nosotros.
Para pensar:
¿Tiene amigos? ¿Qué aspectos tiene la relación con sus amigos? ¿Con cuáles de ellos puede compartir las cargas y las presiones del ministerio? ¿Cómo puede introducir en sus amistades los elementos necesarios para conducirlos hacia un crecimiento sostenido?



Shaw, C. (2005). Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.