CONFIADOS EN SU MISERICORDIA Febrero 4
Porque él dice a Moisés: tendré misericordia del que yo
tenga misericordia, y tendré compasión del que yo tenga compasión. Así que no
depende del que quiere ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia. Romanos 9.15–16
(LBLA)
Uno de los elementos más atractivos que ofrecen las
religiones, cuales quiera que sean, es la posibilidad de ejercer control sobre
las acciones de Dios. Es decir, por una serie de sacrificios puedo garantizar
su respuesta y asegurar que el resultado de mis esfuerzos tenga su recompensa.
El grado de sacrificio varía de religión en religión pero todas -sin excepción-
dan a entender que nuestras acciones pueden controlar a las deidades.
Esta idea, a decir verdad, es una reacción a la propuesta
de Dios de que él sea absolutamente soberano en los asuntos de nuestra vida.
Notemos, por ejemplo, el fastidio de los israelitas porque Moisés tardaba en
bajar del monte (Ex 32). Como siempre, el factor tiempo es uno de los que más
molesta. El pueblo, entonces, llegó a Aarón y le dijo: «haznos dioses que vayan
delante de nosotros». En otras palabras, «queremos un dios que haga las cosas
como nosotros queremos».
Sin darnos cuenta, este concepto se puede infiltrar
dentro de nuestras congregaciones. Un ejemplo sencillo nos servirá de
ilustración: podemos llegar a encontramos con creyentes que quieren pedirle
algo especial a Dios. Pero demoran su petición, porque su vida personal no está
en orden. Entonces intentan hacer por un tiempo «buena letra» para que,
eventualmente, cuando efectúen su petición, Dios los escuche con agrado.
Nuestro versículo de hoy nos recuerda, en términos que
francamente nos incomodan, que Dios es absolutamente soberano. Sin rodeos,
Pablo nos dice que el accionar de Dios no depende ni del que corre, ni del que
quiere, sino del Dios que se compadece de nosotros. Esto nos incomoda porque
vivimos en un mundo donde, desde pequeños, se nos enseñó que la única manera de
triunfar en la vida es controlando a los que están a nuestro alrededor. Nuestro
Dios, sin embargo, escapa a este sistema perverso. Está más allá de nuestras
maniobras.
¿Qué nos sostiene en la vida espiritual, entonces? Algo
mucho más grande que la triste posibilidad de asegurar los resultados por medio
de un sistema de intercambio de favores. Nos anima el corazón una profunda
convicción de que él es nuestro Padre celestial y que, como tal, buscará
siempre lo mejor para sus hijos. Estamos seguros de su amor, porque no es un
amor con condiciones. Quién le conoce, sabe que siempre estará obrando a favor
nuestro. Es esta realidad la que quiso poner Cristo de relieve ante sus
discípulos, cuando les dijo: «si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas
cosas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará
buenas cosas a los que le pidan?» (Mt 7.11).
Para pensar:
Medite en la maravillosa verdad encerrada en esta
observación de Matthew Henry: «Todas las razones por las cuales Dios es
misericordioso tienen que ver con lo que él es, no con lo que nosotros somos».
No tenemos más opción que postrarnos a sus pies… pero confíe en él. ¡Está en
muy buenas manos!
Shaw, C. (2005). Alza tus ojos. San José, Costa Rica,
Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.
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