El fracaso: Primer paso hacia la victoria
Leer | Romanos 7:15-21
La vida cristiana implica enfrentar ciertas paradojas que desafían nuestra manera de pensar. Un buen ejemplo es la afirmación de Jesús de que “los primeros serán postreros, y los postreros, primeros” (Mt 20.16). Palabras como éstas pueden parecer ilógicas y desconcertantes, a menos que recordemos que hemos sido llamados a vivir de manera diferente.
El esfuerzo propio, que es lo normal para el hombre natural, debe ser abandonado por el creyente lleno del Espíritu. Es por eso que el Señor, a veces, permite que fracasemos en nuestra búsqueda de santidad, pues quiere enseñarnos cuán dependientes somos de Él. Cuando consideramos nuestros fracasos desde esa perspectiva, podemos verlos como amigos que nos enseñan, en vez de enemigos que deban ser rechazados.
Esta perspectiva no se logra fácilmente. Desde nuestra infancia se nos anima a esforzarnos por alcanzar la excelencia y hacer las cosas lo mejor posible. Se nos dice que debemos fijarnos metas y luego luchar por ellas con diligencia y determinación. Aunque estas virtudes son útiles cuando se emplean concienzudamente, ellas pueden hacernos creer que nuestro éxito depende de ellas. A menos que dejemos de vivir pensando de esa manera, poco a poco nuestra confianza comenzará a cambiar y dejaremos de confiar en el Espíritu para depender de la carne.
Dios no aceptará nuestra dependencia de nada ni de nadie que no sea Él. De ser necesario, Dios manejará las circunstancias para derrotar nuestros mejores esfuerzos y humillarnos hasta que aprendamos a vivir totalmente por fe, en total dependencia de Él.
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