La pasión por obedecer a Dios
Leer | Lucas 11:37-52
La escuela de la obediencia tiene muchos cursos y muchos exámenes. A medida que avanzamos en sus lecciones, solemos ir de la obediencia temerosa o fingida, a una sujeción más genuina.
El pueblo de Dios recibió una gran lección de obediencia en el desierto de Sinaí, la cual estuvo manchada por rebelión constante. Siglos más tarde, sin embargo, se les dio una nueva lección, cuando Cristo habitó entre nosotros, la gente comenzó a entender que era posible llegar a ser obedientes desde lo más profundo de sus corazones (Jn 1.14; Ro 6.17).
Jesús habló mucho sobre este tema, y sus palabras eran poderosas porque venían de una vida impecable y totalmente obediente. Su testimonio era que había descendido del cielo para hacer la voluntad del Padre (Jn 6.38).
Por conocer perfectamente bien la hermosura de la vida de obediencia, Jesús nos manda a ser como Él: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt 7.21).
El Señor tuvo también palabras duras para los maestros de la Ley que se negaban a obedecerla. Los acusó de atar pesadas cargas sobre las espaldas de los hombres y de no ayudarlos a llevarlas. En otras palabras, enseñaban lo que debía hacerse, pero no estaban dispuestos a hacerlo ellos mismos. Jesús identificó después a la obediencia como “la llave de la ciencia [o del entendimiento]” (Lc 11.52).
Si obedecemos, las puertas de entendimiento se abrirán delante de nosotros, y seremos capaces de ver la verdad de Dios como nunca antes.
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