En la parábola del hijo pródigo, el hermano menor pidió recibir su herencia antes de tiempo para poder vivir como quería. Después que el Padre le dio su parte, tomó muchas decisiones imprudentes que lo llevaron al hambre y a la indigencia. Lo que pasó después ilustra el principio del arrepentimiento según Dios.
Después de despilfarrar todo su dinero, el joven se encontró alimentando puercos, uno de los trabajos más bajos. Un día volvió a sus cabales y reconoció su terrible situación. Su arrepentimiento comenzó con la conciencia de que había pecado contra Dios (Lucas 15.18) y que la situación que vivía era consecuencia de sus propios actos.
Al reconocer su conducta pecaminosa, declaró que ya no era digno de ser llamado hijo de su padre. Su sincero arrepentimiento y su confesión llevaron al joven a dejar todo y regresar a su casa. Su arrepentimiento fue total cuando se volvió de sus viejos caminos y regresó a su padre. El Señor nos llama, del mismo modo, a arrepentirnos y volver a Él.
¡Qué gran bienvenida recibió el hijo pródigo! Después de verlo, el padre se llenó de compasión y corrió a abrazarlo. El hijo recibió perdón y aceptación, dos bendiciones que Dios ofrece a todo aquel que le pida.
El hijo pródigo no se limpió antes de volver al hogar. Simplemente dejó su vieja vida, regresó a casa y confió en la misericordia de su padre. También el Señor nos llama a arrepentirnos, y nos ofrece perdón cuando nos apartamos de nuestros caminos, y buscamos la santidad (1 Jn 1.9).
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