Aunque Dios quiere que todo creyente sea lleno del Espíritu, muchos no están seguros de lo que esto significa. Para ayudarnos a entender que todo lo que nos llena nos controla, Pablo cita la embriaguez como un ejemplo negativo de “llenura”, y nos dice que la evitemos. En todo creyente mora el Espíritu de Dios, pero el alcance de su señorío es determinado por la libertad del cristiano para obedecer.
Piense en esto como la decisión voluntaria de rendir su vida al control del Espíritu Santo; en otras palabras, de ser sensibles a su dirección y guía, de obedecer su impulso y depender de su poder. La evidencia del control del Espíritu se revela en el carácter de la persona. Quienes han rendido su vida a la dirección de Cristo están siendo transformados continuamente a su semejanza. El grado de sometimiento determinará el nivel de transformación.
Aunque las buenas obras y el servicio fiel son resultados de ser llenos del Espíritu, no son necesariamente señales de esto. Recordemos que estamos hablando de integridad, no de lo que hacemos. Es más fácil servir al Señor en alguna cosa, que amar a las personas poco amables, o ser pacientes con las difíciles. Pero cuando el Espíritu está en control de nuestra vida, Él hace a través de nosotros lo que no podemos hacer con nuestras propias fuerzas. Todo creyente decide quién gobernará su vida, ya sea por su activa entrega a Cristo, o por seguir a plena conciencia su propio camino. Incluso quienes tratan de evitar el asunto sin tomar ninguna decisión, optan de manera inconsciente por la independencia. La plenitud del Espíritu y el carácter piadoso son de quienes eligen a Dios antes que a sí mismos.
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