Moisés escuchó la voz de Dios desde una zarza ardiente (Éx 3). Isaías tuvo una visión del trono celestial (Is 6). Sin embargo, la mayoría de quienes obedecen al Señor para ir al campo misionero reconocen su llamado constante. Es un susurro en su espíritu que les dice: “¿Cómo oirán sin haber quien les predique?” (Ro 10.14).
Es mejor si el Señor no tiene que utilizar un recurso severo para captar nuestra atención. Piense en el obstinado Saulo, quien necesitó que el Señor lo cegara temporalmente para ponerlo en el campo misionero (Hch 9.3-9; 26.13-18). ¡Prefiero escuchar el silbo apacible y delicado del Señor! (1 R 19.12).
Podemos tratar de ignorar el impulso en el corazón, evadir la pregunta con actividades o satisfacerlo dando dinero, en vez de aceptar la invitación. Algunos la rechazan, pero el llamado sigue allí. La voluntad de Dios es definitiva y su plan es firme. A pesar de que podemos correr, no podemos escapar de su llamado a obedecer (Jon 1.1; 3.1).
El sendero de la obediencia se caracterizará, sin duda, por los desafíos. Pero las dificultades son parte de la vida: en el hogar o en el extranjero, en el trabajo misionero o en el trabajo secular. Por fortuna, las recompensas son mayores que cualquier dificultad. Recuerde que Cristo le prometió a Pedro un rendimiento centuplicado por su inversión en el reino (Mr 10.28-30).
Llevar el evangelio es una gran oportunidad de servir a Dios. ¿Qué mejor manera de darle las gracias por salvarnos y por escribir nuestro nombre en el libro de la vida? Si el silbo apacible y delicado del Señor le está llamando, acéptelo, y vea qué obra tan maravillosa podrá Él hacer por medio de usted.
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