Para volvernos humildes, debemos primero estar dispuestos a detectar el orgullo en nuestro corazón. Pero reconocerlo no es lo mismo que deshacerse de él. A continuación aparecen varios aspectos del orgullo y la solución para enfrentarlos.
Posesiones. Podemos comenzar dando honra a Dios con nuestro diezmo. Él promete que nueve décimas rendirán más que diez. El paso siguiente es dar a alguien necesitado que no pueda devolverle algo a cambio. Pero no exhiba su generosidad; manténgala lo más secreta que pueda (Mt 6.1-4).
Posición. Reconozca que todo lo que ha logrado se lo ha dado Dios (Is 26.12). Pídale después que le muestre un área de servicio que no tenga ninguna figuración o reconocimiento. Por saber que el Señor valora todo tipo de servicio, no debemos vacilar en solicitar uno que sea menos destacado de lo que estamos acostumbrados. Nuestra posición en este mundo importa solo si la utilizamos para dar gloria a Dios (Stg 1.9-11).
Privilegio. Entienda que muchas cosas de las que pudiera enorgullecerse le han llegado como privilegios. Realmente, ninguno de nosotros es artífice de su éxito; no importa lo mucho que usted haya trabajado, otros también se han sacrificado para darle oportunidades y libertades. Recuerde que es, en realidad, la gracia de Dios la que lo ha bendecido con todos los conocimientos que tiene.
No importa la clase de orgullo con el que batallemos, tenemos que dejar de centrarnos en nosotros para enfocarnos en Dios y luego en los demás. Si estamos dispuestos a enfrentar nuestro orgullo, Dios lo sustituirá por un espíritu de humildad que corresponde con quienes somos en Cristo.
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