¿Equipara usted el éxito con riqueza, prestigio y poder? Si lo hace, entonces Jesús, quien fue rechazado y que ni siquiera tuvo casa propia, sería un fracasado. Pero, por supuesto, sabemos que ese no fue el caso. De manera que Dios debe usar algo distinto para definir el éxito. En efecto, la Biblia es precisa cuando dice que Jesucristo es nuestro ejemplo; debemos esforzarnos por ser como Él.
Entonces, ¿cuál fue exactamente la misión de nuestro Salvador? En el pasaje de hoy, vemos la respuesta por sus acciones: Él vino a servir. Los discípulos, que querían tener reconocimiento y recompensas, discutían sobre quién sería el más grande en el cielo. En cambio, Jesús se quitó su manto e hizo el trabajo del siervo más humilde: lavó los pies sucios de sus seguidores. Al día siguiente, el Dios Todopoderoso fue crucificado por su propia creación. Al permitir esto, ofreció la salvación a todos, incluso a quienes lo clavaron en una cruz.
Jesús merecía la gloria, pero eligió el sacrificio y el dolor. Y nos pide que sigamos su ejemplo de servicio. Con la excepción de Judas, todos sus discípulos obedecieron. De hecho, todos enfrentaron grandes dificultades y la mayoría de ellos sufrió una muerte brutal por su fe. Pero aceptaron gustosamente la senda de la humildad por lo que el Señor les había enseñado: “Los primeros serán postreros, y los postreros, primeros” (Mt 20.16).
¿Cómo invierte usted sus recursos y su tiempo? ¿Qué temas dominan sus pensamientos y su conversación? Estos son indicadores de sus objetivos. Es posible que anhele el reconocimiento del mundo, pero Dios tiene un llamado superior para sus hijos. Pídale que le dé una actitud de siervo en su corazón.
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