El Espíritu Santo es vital para la vida cristiana. Lea lo que dice el pasaje de hoy acerca del fruto del Espíritu, y hágase esta pregunta: ¿Puedo ser una buena persona por mi cuenta? Necesitamos la ayuda de Dios para vivir como Él espera. Es por eso que nos da un Ayudador que nos transforma a imagen de Cristo.
El Padre celestial sabe que sus hijos necesitamos ayuda para cumplir con sus mandatos. Aun los más fieles seguidores de Jesucristo fueron, por sí mismos, incapaces de obedecer; por ejemplo, Pedro, quien prometió ser fiel hasta la muerte, negó conocer a Cristo (Mt 26.69-75).
Poco antes de regresar al cielo, Cristo ordenó a sus discípulos que suspendieran su trabajo misionero hasta que viniera el Espíritu Santo (Lc 24.49). Únicamente con la ayuda del Espíritu Santo podría Pedro, el cobarde, convertirse en Pedro, la roca, y predicar un mensaje que convenció de pecado a muchas personas (Hch 2; Mt 16.18).
El Espíritu Santo entra en la vida del creyente en el momento de la salvación, y comienza de inmediato a producir el fruto espiritual. Esta es la expresión externa de un corazón transformado. Cuando nos rendimos a la mano sustentadora de Dios, nuestras acciones y actitudes se vuelven más amorosas, entusiastas y cordiales. El Señor recoge una cosecha de servicio y buenas obras de nuestra vida que aumentan nuestra fe y extienden su reino.
Dejar que el Espíritu Santo produzca un carácter como el de Cristo no es algo pasivo. A nosotros nos corresponde meditar en la Palabra para tomar decisiones sabias cada día, que le permitan al Espíritu Santo producir santidad en nuestra vida.
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