Esparcir rumores acerca de otras personas revela poco sobre quiénes son ellas, en realidad, pero sí dice mucho de su personalidad. Tal conducta muestra una disposición de pecar contra el Señor, al causar daño a los demás. Si un cristiano chismoso no confronta su pecado, se estancará y no llegará a ser la persona que Dios quiere que sea. La confesión al Señor es el primer paso para ponerle fin al chisme. A esto debe seguir el arrepentimiento, la promesa de rechazar todas las oportunidades de hablar mal de alguien. Un versículo útil para quien ha renunciado al chisme es Salmo 141.3: “Pon guarda a mi boca, oh Jehová; guarda la puerta de mis labios”.
En segundo lugar, hay que estar alerta para no caer en la tentación de chismear. Los creyentes tienen la responsabilidad de apartarse de la maledicencia para poder tener pensamientos y palabras agradables al Señor. Estar en presencia de alguien que riega rumores tienta a las personas a ser parte de ellos. Lo mejor que se puede hacer en una situación donde esté presente el chisme es condenar esa práctica y después marcharse.
Por último, en vez de hablar mal de alguien, es sabio orar por la persona. Cultivar este hábito le ayudará a usted a entrenar la mente para reemplazar una práctica pecaminosa por lo que le agrada a Dios. La Biblia nos enseña que debemos alentarnos y confortarnos mutuamente, y la oración es una buena manera de obedecer ese mandato (1 Ts 5.11, 14).
Un cristiano chismoso deshonra el nombre de Dios, y el suyo. En vez de usar palabras que desacrediten, tome la decisión de no hablar mal de nadie, y así glorificará al Señor.
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