Si alguien le pregunta si usted conoce a Dios, sin duda exclamará: “¡Por supuesto que sí! Voy a la iglesia, leo la Biblia y oro siempre. Conozco muy bien a Dios”. Ahora, vayamos más allá: ¿Está consciente de la presencia y la actividad de Dios en su vida cotidiana?
Esta segunda pregunta se vuelve un poco más personal, ¿verdad? ¿En mi vida cotidiana? ¿Ahora mismo, todo el tiempo? A todos nos gustaría tener esa conciencia constante de la presencia de Dios, pero es difícil. Cuando surgen dificultades y pruebas que no esperábamos, a menudo nos sentimos desconcertados y nos preguntamos por qué nos ha abandonado el Señor.
En tiempos de dificultad, podemos orar más y por más tiempo. Rogamos la ayuda de Dios, y clamamos: “¡Ayúdame, Señor! ¡Dame fuerzas!”. O quizás decimos: “Creo esto” o “Puedo hacer esto”. ¿Se da cuenta del factor común aquí? Su enfoque está en usted. Aun durante la oración, podemos estar conscientes solo de nosotros mismos, dejando al Señor fuera del asunto por completo.
En ese punto, podemos descubrir que, en realidad, no estamos hablando con el Padre en absoluto, sino con nosotros mismos. Tal vez estamos enfocados en el problema, y deseando tener la capacidad de manejarlo a nuestra manera. Podemos, en efecto, cegarnos por completo a la actividad de Dios.
Segundo de Reyes 6.15-17 nos da una imagen maravillosa de lo que puede suceder cuando nos quitamos la venda egocéntrica de los ojos y vemos la mano de Dios en acción. Abra sus ojos. Como el siervo de Eliseo, se sorprenderá al descubrir la ayuda que Dios ya le ha enviado.
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