Así como los deportistas de las diferentes
disciplinas deben prepararse para sus competencias, nosotros que hemos elegido
ser “atletas del camino” para llevar la palabra, debemos prepararnos tanto física,
como espiritualmente. A diferencia de las tantas disciplinas deportivas, el
entrenamiento de un atleta del camino, no es igual al de cualquier otro
deportista de competencia. Lo cual implica una preparación más concienzuda,
aunque probablemente requiera menos desgaste físico. No obstante se trate de
una actividad que aparentemente demanda realizar un esfuerzo físico
relativamente menor, dicho ejercicio no requiere el cumplimiento estricto de
alcanzar o cubrir una distancia determinada, ni un límite de tiempo. Solo nos
exige caminar y caminar, hasta el último de nuestros días sin rendirnos. No hay
afán, no hay a quien desafiar, el triunfo es personal, por eso no esperamos
ganar para subirnos al podio y recibir una o muchas medallas de oro, plata o
bronce, nuestro premio es infinitamente mayor, nos lo promete el Señor en
Apocalipsis 22:12: “He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para
recompensar a cada uno según sea su obra”.
En general los atletas usan uniformes bien adaptados para su carrera, procurando
que estos, además de coloridos y llamativos, sean lo más liviano posible, para
asegurar una mayor comodidad en sus desplazamientos y por ende, que el
resultado se refleje en un mejor desempeño. De la misma manera, nosotros los
atletas de Dios, debemos lucir un uniforme, quizás no tan colorido, pero si
adecuado y presentable por la dignidad de lo que representamos. Suena
contradictorio que siendo atletas, debamos ponernos encima de la ropa, una
armadura para salir a correr la carrera diaria de nuestras vidas. Sin embargo,
aunque no lo parezca, esta es más liviana que cualquier uniforme de
cualquier disciplina. No pesa nada, es transparente y tiene brillo propio.
En la carrera que hemos escogido participar voluntariamente, ya sabemos que no
hay distancia, ni cronómetro, que lo verdaderamente importante es llegar
a la meta. El problema es que las rutas que debemos cubrir, siempre estarán
llenas de impedimentos y dificultades que debemos superar sin vacilación. Allí
está el verdadero reto. Acoplarse y acomodarse a la armadura implica esfuerzo,
preparación, convicción y compromiso, pero con la ayuda de Dios, todo se puede.
Si eres un cristiano tibio y todavía bebés leche espiritual, debes entrenar más
fuerte, comer sólido y fortalecer tus “músculos espirituales”. Un bebé, que
hasta ahora gatea o bien da sus primeros pasos, no estará en capacidad de soportar la armadura para salir a caminar. Por eso es necesario seguir
creciendo en la fe y prepararnos diariamente con la ayuda del Espíritu Santo
para llenarnos de Él. Si no tienes claro que debes andar con el uniforme
puesto, difícilmente llegarás a la meta final, pues en el recorrido tendrás que
superar todos los obstáculos que acostumbra poner el adversario y que sin la
armadura son prácticamente imposibles de derribar.
No olvides que este mundo carnal es dominado por el demonio y la pelea nuestra
es contra potestades y huestes de maldad, quienes lanzan sus ataques con
ráfagas de injusticia, corrupción, mentira, adulterio, drogadicción,
pornografía, mentira, alcohol, sexo o cualquier forma de tentación, y lo único
que puede defendernos y contrarrestar su ataque, es ceñir la armadura en
nuestro cuerpo. El apóstol Pablo en la carta a los Efesios (6:10), nos recuerda
que somos soldados del ejército de Dios y la describe de manera precisa, tanto
en su conjunto, como cada una de sus partes. Yo invito a que adicionalmente le
demos a esta un doble propósito y seamos conscientes que para avanzar como
atletas del camino, también la debemos llevar puesta. Puedes confiar en que una
vez la consigas y te la pongas, no querrás quitártela nunca más. Eso sí, como
buen soldado de cualquier ejército del mundo o como atleta del mejor equipo que representan, debes seguir entrenando fuerte todos los días de tu vida, eso se
logra con la ayuda del espíritu santo, quien te acompañará hasta el final a
recibir el galardón.