Tuesday, April 28, 2015

EL UNIFORME PARA IR A DIOS | Alfonso Botero Guzmán

Así como los deportistas de las diferentes disciplinas deben prepararse para sus competencias, nosotros que hemos elegido ser “atletas del camino” para llevar la palabra, debemos prepararnos tanto física, como espiritualmente. A diferencia de las tantas disciplinas deportivas, el entrenamiento de un atleta del camino, no es igual al de cualquier otro deportista de competencia. Lo cual implica una preparación más concienzuda, aunque probablemente requiera menos desgaste físico. No obstante se trate de una actividad que aparentemente demanda realizar un esfuerzo físico relativamente menor, dicho ejercicio no requiere el cumplimiento estricto de alcanzar o cubrir una distancia determinada, ni un límite de tiempo. Solo nos exige caminar y caminar, hasta el último de nuestros días sin rendirnos. No hay afán, no hay a quien desafiar, el triunfo es personal, por eso no esperamos ganar para subirnos al podio y recibir una o muchas medallas de oro, plata o bronce, nuestro premio es infinitamente mayor, nos lo promete el Señor en Apocalipsis 22:12: “He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra”.

En general los atletas usan uniformes bien adaptados para su carrera, procurando que estos, además de coloridos y llamativos, sean lo más liviano posible, para asegurar una mayor comodidad en sus desplazamientos y por ende, que el resultado se refleje en un mejor desempeño. De la misma manera, nosotros los atletas de Dios, debemos lucir un uniforme, quizás no tan colorido, pero si adecuado y presentable por la dignidad de lo que representamos. Suena contradictorio que siendo atletas, debamos ponernos encima de la ropa, una armadura para salir a correr la carrera diaria de nuestras vidas. Sin embargo, aunque no lo parezca, esta  es más liviana que cualquier uniforme de cualquier disciplina. No pesa nada, es transparente y tiene brillo propio.

En la carrera que hemos escogido participar voluntariamente, ya sabemos que no hay distancia, ni cronómetro, que lo verdaderamente  importante es llegar a la meta. El problema es que las rutas que debemos cubrir, siempre estarán llenas de impedimentos y dificultades que debemos superar sin vacilación. Allí está el verdadero reto. Acoplarse y acomodarse a la armadura implica esfuerzo, preparación, convicción y compromiso, pero con la ayuda de Dios, todo se puede. Si eres un cristiano tibio y todavía bebés leche espiritual, debes entrenar más fuerte, comer sólido y fortalecer tus “músculos espirituales”. Un bebé, que hasta ahora gatea o bien da sus primeros pasos, no estará en capacidad de soportar la armadura para salir a caminar. Por eso es necesario seguir creciendo en la fe y prepararnos diariamente con la ayuda del Espíritu Santo para llenarnos de Él. Si no tienes claro que debes andar con el uniforme puesto, difícilmente llegarás a la meta final, pues en el recorrido tendrás que superar todos los obstáculos que acostumbra poner el adversario y que sin la armadura son prácticamente imposibles de derribar.

No olvides que este mundo carnal es dominado por el demonio y la pelea nuestra es contra potestades y huestes de maldad, quienes lanzan sus ataques con ráfagas de injusticia, corrupción, mentira, adulterio, drogadicción, pornografía, mentira, alcohol, sexo o cualquier forma de tentación, y lo único que puede defendernos y contrarrestar su ataque, es ceñir la armadura en nuestro cuerpo. El apóstol Pablo en la carta a los Efesios (6:10), nos recuerda que somos soldados del ejército de Dios y la describe de manera precisa, tanto en su conjunto, como cada una de sus partes. Yo invito a que adicionalmente le demos a esta un doble propósito y seamos conscientes que para avanzar como atletas del camino, también la debemos llevar puesta. Puedes confiar en que una vez la consigas y te la pongas, no querrás quitártela nunca más. Eso sí, como buen soldado de cualquier ejército del mundo o como atleta del mejor equipo que representan, debes seguir entrenando fuerte todos los días de tu vida, eso se logra con la ayuda del espíritu santo, quien te acompañará hasta el final a recibir el galardón.