No importa qué forma específica tome la tentación en nuestra vida, el enemigo utiliza bastante bien el mismo procedimiento para descarriarnos.
Primero, comenzamos a pensar en el objeto de nuestro deseo. Jugamos con él en nuestra mente, imaginando cómo nos sentiríamos si lo tuviéramos. Es curioso que sin importar cuántas bendiciones haya derramado Dios sobre nosotros, ¡solemos enfocarnos en lo que no tenemos! Debemos preguntarnos: ¿Será que el enemigo está tratando de desviar mi enfoque?
Recuerde que Satanás quiere alejarnos del Señor. Si puede lograr que quitemos nuestra mirada de Dios y fijemos nuestra atención en lo que sentimos que nos está haciendo falta, podrá tentarnos.
Luego, ese pensamiento crece hasta que finalmente da lugar al deseo abierto. Este intenso anhelo es la culminación de nuestras fantasías. Ya no estamos satisfechos con simplemente disfrutar del objeto en nuestra mente; ahora queremos tenerlo realmente.
Por último, el deseo lleva a una elección. Aquí es donde tomamos la decisión, ¿Cederé a este pecado, o lo rechazaré para someterme a la voluntad del Señor?
Gracias al poder del Espíritu Santo, tenemos la capacidad de apartarnos de la tentación. Nunca somos impotentes para neutralizar la situación, no importa que tan fuerte sea.
¿Se ha sentido usted incapaz alguna vez de detener una tentación en su vida? Entender la naturaleza de este proceso gradual puede ayudarle a mantenerse firme contra las tácticas del enemigo.
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