Isaías 48.10
El modo de obrar del mundo es escoger a las personas más fuertes y más talentosas. Por el contrario, el Señor elige con frecuencia a las más débiles, las que no tienen nada que ofrecer, excepto su absoluta confianza en Él. Esta dependencia es lo que caracteriza a los maduros en la fe.
Pero tal madurez no es automática. Nuestro Padre celestial recibe a las personas tal y como son, pero no permite, por amor, que sus hijos se estanquen, sino que los ayuda a crecer más y más a semejanza de su Hijo (2 Co 3.18). Como seguidores de Cristo, debemos desprendernos de las actitudes, ideas y motivaciones del pasado. El Espíritu Santo ilumina nuestro entendimiento y nos permite ver las cosas desde la perspectiva divina. Así, el Señor puede crear en nosotros dependencia en Él y sometimiento a su Espíritu. La transformación es usualmente gradual, pero Dios permitirá algunas veces que las dificultades y el dolor desarrollen nuestra confianza en Él.
Pensemos en los modelos bíblicos de la fe. Sara y Abraham lucharon con el problema de la infertilidad durante muchos años antes de recibir al hijo prometido (Gn 21.1, 2). José fue vendido como esclavo y encarcelado injustamente antes de poder salvar a su nación del hambre (Gn 45.5). Y en su nuevo papel como madre de Jesús, María se arriesgó a ser acusada de inmoral (Mt 1.18, 19). Todas estas personas enfrentaron angustias y quebrantamiento que les permitieron aceptar su propia insuficiencia y la suficiencia de Dios.
¿Algo le está impidiendo someterse al Señor? Dios desea que usted madure espiritualmente para que al ser débil, encuentre fortaleza en Él.
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