Romanos 8.26, 27
El Espíritu Santo es un ayudante práctico. Él es parte de la Trinidad, lo que significa que es uno con el Padre y el Hijo Jesucristo. Él es todopoderoso y omnisciente, igual que los otros dos miembros de la Deidad. En otras palabras, el Espíritu que mora en nosotros sabe exactamente lo que el Padre celestial quiere para nuestra vida.
Puesto que, incluso las personas más inteligentes funcionan con un conocimiento limitado, es sabio depender de la guía del Espíritu Santo, especialmente en la oración. No sabemos lo que nos deparará el futuro; como resultado, nuestros deseos pueden no ajustarse al plan de Dios. O quizás nunca se nos ocurra pedir algo que el Señor sabe que a la larga necesitaremos.
Hay creyentes que renuncian a la oración porque sus limitaciones humanas les impiden comprender completamente cómo funciona ella. Pero quienes dejan de comunicarse con Dios desaprovechan la obra grandiosa del Espíritu. Él dirige nuestras oraciones, fija en nuestros corazones la verdad de lo que hemos pedido, y finalmente abre nuestra mente a la voluntad de Dios.
Los creyentes nunca tienen que preocuparse de ofrecer una oración equivocada. En nuestra humanidad, a menudo pedimos algo que creemos que satisfará nuestra necesidad carnal. Pero el Espíritu Santo no presentará una petición que esté en contra de la voluntad del Padre celestial, sino que intercede para pedir lo correcto. Al mismo tiempo, Él susurra a nuestro corazón que lo que hemos pedido no es adecuado.
Si de verdad anhelamos la voluntad de Dios, seremos sensibles a la guía del Espíritu Santo. Él es nuestro vínculo de oración con el Padre celestial, y donde Él nos guíe, debemos obedecerle.
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