Cuanto más entendido sea alguien en una actividad, más la disfrutará. Por ejemplo, si una orquesta toca una hermosa composición, un buen músico la disfrutará más que una persona que no tenga el oído entrenado. Puede sorprenderle saber que lo mismo sucede con el dar.
Dios tiene muchas razones para pedirnos que demos. Primero, al devolver una parte de nuestro dinero al Señor, estamos reconociendo que todo lo que tenemos le pertenece a Él (Sal 50.10). Segundo, dar es una manera de obedecer (Dt 16.17). Tercero, cuando damos para un ministerio o para ayudar a los necesitados, participamos en la obra del reino, lo cual es motivo de alegría. Cuarto, nuestra ofrenda le permite a Dios revelar su carácter; cuando mostramos generosidad, Él provee fielmente para nuestras necesidades y nos bendice con abundancia (2 Co 9.8). El principio “no podemos superar a Dios en generosidad” es una gran verdad.
Pero dar involucra más que nuestro dinero. Dios nos ha bendecido con talentos, tiempo, recursos y numerosas oportunidades para compartir con los demás. Es importante confiar en la guía del Espíritu Santo; así sabremos qué, a quiénes y cuánto debemos dar.
Recuerde que el Señor nos da constantemente salvación, consuelo, aliento, respiración, vida e innumerables bendiciones más. Estamos en deuda con Él, y por eso debemos darle, no por obligación, sino por gratitud y alegría (2 Co 9.7). Pídale a Dios que le revele todo egoísmo o estorbo que le esté impidiendo dar —y que le ayude a ser un mejor dador.
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