Para algunos cristianos el Señor Jesús es Salvador, Señor y Maestro, pero pocas veces Amigo. Podemos tener dificultad para entender el concepto, pero para Él no. Una vez que seamos capaces de entender qué clase de compañero es, nos daremos cuenta de que una vida verdaderamente gozosa solo es posible al tener su amistad.
Él nos acepta. Su aceptación incondicional significa que podemos acercarnos al Señor, incluso con toda nuestra sucia carga de pecado. Su intención no es dejarnos en nuestro estado presente.
Él nos acompaña en nuestras pruebas. La promesa de Dios de que nunca nos dejará ni desamparará se repite a lo largo de toda la Biblia (Dt 31.6; He 13.5). Esa promesa es real para cada creyente, gracias a la compañía del Espíritu Santo, quien actúa como nuestro Consolador y amigo fiel durante los momentos dolorosos.
Él nos responde. El Señor no tiene necesidad de dormir, comer o irse de vacaciones. A diferencia de los humanos, nunca está demasiado ocupado para suplir nuestras necesidades o dar respuesta a nuestras oraciones.
Él nos escucha. Podemos hablarle de nuestras dudas, tristezas y alegrías, pues desea que acudamos a Él. Todo lo que le digamos —incluso con gritos y lágrimas— será recibido con la garantía de que Él nos ama, tiene un plan para nosotros y nos auxiliará cuando sea necesario. El Señor hace más que simplemente escuchar: habla por medio de la Biblia. En la Palabra de Dios, encontraremos su respuesta a cada circunstancia que enfrentemos.
Como dice el antiguo himno: “¡Oh qué amigo nos es Cristo!”
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