Los creyentes tenemos dos responsabilidades: amar a Dios, y amar al prójimo (Mt 22.37-40). Y una manera de hacerlo es sirviendo. Dónde servir y cómo hacerlo dependerá de nuestros talentos, capacidades, y del llamado especial. Pero el lugar donde se espera que todos demos de nosotros es la iglesia local.
Cuando usted acepto a Cristo, el Señor le bautizó por medio del Espíritu Santo y le hizo miembro de su iglesia —el cuerpo de creyentes en todo el mundo, que está unido por la fe en Jesucristo. Usted decidió, entonces, de acuerdo con la voluntad de Dios, ser parte de un grupo local y autónomo de creyentes. Él le puso allí porque sabía que usted lo necesitaba (1 Co 12.18). Usted es importante para su iglesia local.
La iglesia es más que una comunidad. Es un cuerpo interdependiente con miembros que fueron creados por Dios para funcionar en comunión unos con otros. Nosotros, los cristianos, al igual que el mundo en general, somos un grupo diverso, lo cual significa que tenemos que esforzarnos en pro de la unidad. Sin embargo, nuestras diferencias son realmente algo para celebrar, porque cada persona contribuye de manera especial al propósito de Dios. Una iglesia que funciona en unidad —con todos sus dones, talentos, personalidades y capacidades enfocados hacia los objetivos del reino de Dios— debe ser una imagen hermosa a los ojos del Señor.
El cristianismo no es una religión de espectadores. El cuerpo de Cristo funciona mejor y más hermosamente cuando todos los miembros deciden servir a Dios y servirse unos a los otros según sus capacidades (v. 25). ¿Qué está usted haciendo en pro de su iglesia?
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