El Señor quiere darnos abundantes bendiciones. Veamos lo que se requiere para que podamos recibirlas.
El pasaje de hoy aclara la única condición necesaria para recibir lo mejor de Él: la entrega total. Cada aspecto de nuestro ser —cuerpo, alma y espíritu— debe ser un sacrificio vivo. Esto puede sonar sombrío, pero contrariamente a la lógica humana, la verdadera libertad solo se encuentra cuando nos rendimos totalmente a Cristo.
Los sacrificios eran muy comunes en el Antiguo Testamento. Para expiar el pecado, la persona podía traer un cordero al altar. El animal era apartado para los propósitos de Dios como una ofrenda sagrada, y por medio de su muerte se hacía restitución.
Cuando nos damos como sacrificio, no hay necesidad, afortunadamente, de derramar nuestra sangre. Jesús murió para expiar todos nuestros pecados. Pero por amor y gratitud, cada aspecto de nuestra vida debe ser rendido a Él.
¿Qué implica una vida rendida a Cristo? Un compromiso total con Él, que no cambia en nada por la influencia del mundo. Nuestros deseos y viejas maneras de actuar no son ya las fuerzas motivadoras. En vez de eso, su Espíritu nos guía, y su voluntad es la meta. Rendirse a Él significa seguir su dirección en actitud, palabras, pensamientos y acciones —y hacerlo sin pedir disculpas por eso, sin vacilaciones y sin temor.
Usted tiene una opción: conformarse con algo inferior a lo que Dios puede darle, o rendirse totalmente a Él. La entrega total no es un camino fácil; significa morir a sus deseos y al interés personal. Pero recuerde que Él está dispuesto y es capaz de hacer más de lo que nosotros podemos imaginar (Ef 3.20).
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