Si pudiéramos diseñar una vida ideal, la mayoría de nosotros evitaría pasar por momentos de adversidad. Pero la Biblia nos enseña que Dios tiene un propósito para las tormentas de la vida.
Purificación. Cuando los problemas nos presionan, tienden a salir a la luz actitudes y hábitos pecaminosos. La conducta impaciente, los arrebatos de ira, o la confianza en algo o alguien distinto a Dios puede volverse evidente. En una crisis, los pecados a los que habíamos restado importancia, pueden comenzar a ser más evidentes. El Espíritu Santo utilizará los tiempos difíciles para suavizar las asperezas y producir el fruto del Espíritu en nosotros (Ga 5.22, 23).
Comunión. Cuando nos va bien en la vida es posible que pasemos menos tiempo con el Señor, y comencemos a no prestar la debida atención a nuestra relación con Él. Incluso podemos apartarnos de sus caminos. Las crisis nos ayudan a reconocer nuestra necesidad de Él y lo impotentes que somos para ayudarnos a nosotros mismos. Los tiempos difíciles nos llevan a ponernos de rodillas en oración y a buscar la comunión con Dios.
Nuestro Padre celestial desea que desarrollemos una manera de ser semejante a la de Cristo y que nos acerquemos más a Él. El Señor quiere que experimentemos la riqueza de su amor, y que le demostremos una reverencia sincera. Él usará las pruebas para lograr los buenos propósitos que tiene para nosotros.
Aunque en la vida hay muchas pruebas distintas, todas tienen algo en común: el deseo y la capacidad del Señor de utilizarlas para nuestro bien y para la gloria de Él. Por medio de estas experiencias podemos deshacernos de las conductas pecaminosas y caminar con Dios.
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